domingo, 21 de agosto de 2016

Y de qué sirve mostrarlo


Foto : El País

Sucede constantemente aunque acostumbramos a pasar página enseguida. Una imagen que muestra el infierno en que viven miles de seres humanos salta a la luz. Nos impacta, se difunde y comparte generando una oleada de distintas y variadas reacciones. Para la mayoría de nosotros resulta algo excepcional, brutal, conmovedor y escandaloso. Para los protagonistas de esas imágenes y vídeos virales que probablemente incluso acabarán recibiendo algún galardón, son situaciones cotidianas, vivencias al límite a las que se enfrentan una y otra vez.

Imagino que casi todos hemos visto la fotografía o el vídeo del niño sirio, recién rescatado de las ruinas de un edificio de Alepo. Impresiona observar como esta criaturita sin llorar, ni gritar, aturdido, mirando al infinito se toca la herida de su cabeza, y frota su manita manchada de sangre sobre el asiento de color naranja de la ambulancia donde le han sentado.

A mí, que me encontré con la imagen de sopetón mientras cenaba, me sacó de mi letargo vacacional y me hizo pensar e imaginar.
Evidentemente con más o menos medios, celeridad y delicadeza curaron a Omran Daqneesh. Pero, le pudieron dar después un baño y vestirle con ropa limpia. Cómo debió de pasar este niño el resto del día tras superar su estado de shock emocional. Pudo comer algo. Quién le abrazó cuando fuera capaz de llorar. Quién escuchó sus primeras palabras y lamentos. Cómo le consolaron hasta el reencuentro con su familia también herida tras el bombardeo. Y ahora, ya fuera de cámaras y de la vista de periodistas, voluntarios y cooperantes cómo afrontará este pequeño y su familia la vida. Si a transitar, esconderse y esquivar bombardeos en una ciudad convertida en ruinas se le puede llamar vida.

Demasiado fácil nos resulta comentar, posicionarnos y escribir sobre ello. Porque en el fondo no nos ha herido ni roto el corazón. No nos sumerge y atrapa en un duelo visceral y emocional, porque no ha afectado a nadie de nuestra familia o clan. Con que naturalidad y desinterés encajamos que existen miles de niños, que como Omran van a sobrevivir o no a uno de los conflictos bélicos más devastadores de los tiempos modernos.

Cuestionan algunos la utilidad o final de estos testimonios, iconos de guerra les denominan, que en muchos casos simplemente sirven para captar y elevar audiencias. Para que unos y otros analicen y se culpen sobre quién contribuyó a dar inicio, y a perpetuar toda esta locura.

Yo creo que el horror, sin caer en lo morboso, sí es necesario mostrarlo. Porque muchos solo creen lo que ven. Y sobre todo para que nos sirva de aviso, advertencia, prueba y lección de hasta donde es capaz de llegar el ser humano.

Hablan ahora de establecer una tregua de 48 horas semanales, propuesta por Naciones Unidas, para llevar ayuda humanitaria a la ciudad siria de Alepo. Aunque algo puedo intuir, no entiendo de estrategias ni de ética en la guerra, desconozco si en la guerra todo vale, todo está permitido. Si el fin justifica siempre la barbarie y el aplazamiento de una solución, de un final. Me he preguntado muchas veces, por qué en un conflicto bélico no es posible evacuar a toda la población civil. Por qué los más inocentes han de convertirse en rehenes, en escudos, en moneda de cambio, en víctimas y mártires.

Me atrevo a ser ahora un poco ingenua e inocente. Se imaginan que practicáramos con excelencia la civilización, y los conflictos se pudieran resolver enfrentándose uno cara a cara a su rival o enemigo en un combate equitativo y reglado. Cuántas muertes absurdas e inútiles y cuantos daños colaterales se ahorrarían.

Vuelvo de nuevo a la realidad. Tiene nombre lo que está sucediendo en Alepo. Tiene fecha de caducidad. Tiene solución este mundo que consiente en perder y prescindir del bien más preciado, toda vida humana.








viernes, 19 de agosto de 2016

"Nosotros, los de entonces" de Marta Rivera de la Cruz


Me he encariñado con Jorge, Valva, Lourdes, Cecilia, Roberto y Mauro. Seis amigos que tras doce años sin estar todos juntos deciden compartir un fin de semana en Saint-Rémy.
Ha resultado ameno y enriquecedor comprobar cómo a pesar de ciertas envidias, sentimientos que hasta la fecha se disimularon u ocultaron y cuestiones que en su momento no se afrontaron, lejos de enfrentarles y alejarles refuerza su cariño, comprensión y unión.
Con esta novela Marta Rivera nos recuerda que los amigos son un tesoro. Y que con amor todo es superable.

“Allí estaban sus amigos riendo al mismo tiempo. En aquel momento, en aquel instante, por unos segundos, los seis eran felices. Porque la felicidad es eso, pensaba él, no algo absoluto ni constante, sino una especie de punción intensa y breve que no dura mucho, pero que puede da energía para seguir caminando”.

domingo, 14 de agosto de 2016

“La Templanza” de María Dueñas


Aunque tengo que reconocer que al principio me costó conectar con la historia, finalmente he disfrutado con los enredos y situaciones por los que atraviesa el protagonista de la novela, Mauro Larrea. Interesante conocer y convivir durante unos días, con las costumbres de finales del siglo XIX de tres lugares tan diferentes entre sí, México, Cuba y Cádiz. Ameno y divertido también comprobar cómo Mauro, tan fuerte y seguro de sí mismo, acaba embaucado y seducido por dos mujeres que le cambiarán por completo su vida. 

lunes, 8 de agosto de 2016

“Las chicas de campo” de Edna O’Brien


He disfrutado muchísimo conviviendo durante unos días con Caithleen y Baba. Dos niñas irlandesas, de los años 50, a las que he visto crecer y convertirse en mujeres.
De buena gana hubiera seguido leyendo y leyendo. Me he quedado con la incógnita de saber cómo pudo transcurrir su vida de adultas.

Esta novela de Edna O’Brien fue un escándalo en su país. El párroco de su aldea quemó tres ejemplares en la plaza pública. O’Brien se enfrentó a una persecución en toda regla, señalada por todos sus paisanos como enemiga de Irlanda y una escritora escandalosa. “En Irlanda había una censura terrible, todo era malo. Los católicos irlandeses han sido tremendos. Peores que los italianos, españoles o portugueses. El catolicismo lo impregnaba todo, y lo censuraba todo. En la Irlanda de entonces, todo era pecado. Había una vigilancia constante. El cuerpo era para ellos, y eso incluye a mi madre, una ocasión de pecado. La influencia de los padres era enorme, aunque se estuviera en desacuerdo con ellos”.

viernes, 5 de agosto de 2016

“Barbarus, la conquista de Roma” de Santiago Castellanos


Acabo de regresar de una aventura extraordinaria por el imperio romano. Sorprendida y admirada, del valor y la fuerza que tiene el ser humano para sobrevivir en condiciones adversas y extremas. Lo que les sucedió a los godos que acudieron a Roma buscando protección de los hunos, no resulta tan antiguo como pudiéramos imaginar. Por desgracia lo siguen viviendo miles de refugiados.
Jamás se puede justificar una guerra. Pero cuando el trato a todo un pueblo llega a ser tan inhumano, totalitario y brutal, como para entre otras cosas intercambiar carne de perro por seres humanos para que sean vendidos como esclavos, se entiende que el odio venza y surja la sublevación.
Convendría repasar y analizar cómo acabó el omnipotente imperio romano.