martes, 29 de diciembre de 2015

No abusen de nuestra inocencia


Con motivo del día de los Santos Inocentes no pude contenerme y gasté una broma. Licencia teníamos todos ese día para urdir y compartir mentirijillas. Por supuesto sin faltar al respeto ni dañar jamás a nadie. Inventé, con la intención de provocar alguna que otra risilla, que a corto plazo ingresaba en el apasionante y convulso mundo de la política.

Resultó divertido y enriquecedor leer los comentarios de unos y otros. También muy dulce y tierno comprobar la bendita inocencia de los que me creyeron a pies juntillas. Algunos lo hicieron porque al parecer pensaban que un mínimo de cualidades sí reunía para afrontar semejante reto. Desde luego si llegara el caso, que nadie se alarme porque no lo contemplo, tengo muy claro que antes me prepararía a conciencia. Recurriría a grandes profesionales con los que sé que cuento en el mundo del protocolo, la comunicación, la imagen y la asesoría política. Porque yo sí reconocería mis carencias, y me rodearía de buenos asesores, no meros palmeros, a los que escucharía y haría caso para seguir siendo la misma persona, manteniendo los pies en la tierra y decidiendo con el corazón y la razón. Pensando siempre en el bien de una gran mayoría, no en el partido o en mi ego.  

La verdad es que ninguno de nosotros debería perder del todo, al menos una porción, de esa inocencia infantil capaz de creer que cualquier cosa por absurda, disparatada, atrevida o rocambolesca es posible. La vida nos da sorpresas, y vaya que si las da. ¿Qué sería de nosotros si nos incapacitaran para generar buen humor? ¿Y si nos despojaran de la capacidad de soñar, imaginar e ilusionarnos con cuanto nos plazca? Sin estas habilidades, herramientas imprescindibles para hacer frente a la frustración y a la dificultad de ver cumplidos todos nuestros anhelos y expectativas, tanto personales como profesionales, acabaríamos en un pozo sin fondo. Amargados y amargando a todo bicho viviente mínimo a un kilómetro a la redonda.

El problema es que algunos confunden la picardía y la falta de malicia, la bendita inocencia, con la burla, la tomadura de pelo, la ofensa y el insulto. Desde luego el año que nos deja ha sido prolífico en esto de dejarnos a cuadros, sorprendidos, alucinados e indignados.

Pereza me da, y poco tiempo tengo para perder, porque tampoco se lo merecen, de elaborar un listado con nombres y apellidos de concejales, alcaldes, ministros, obispos y otros personajes del mundo de la cultura, el arte y el deporte que este año nos han deleitado, lamentablemente, con sus cafradas y salidas de tono en ocasiones bastante hirientes, retrógradas, mezquinas  y desafortunadas. Lo más triste es que prácticamente ninguno de ellos fue capaz de actuar después de manera ejemplar pidiendo disculpas públicamente. O por qué no, dimitiendo.
  
A punto de concluir 2015 acostumbramos a hacer balance, y sobre todo a formular buenos deseos para el nuevo año. Por ello aprovecho la ocasión para reivindicar más sentido común, humildad y humanidad, especialmente a todas aquellas cabezas visibles de nuestra política, iglesia, cultura, deporte y sociedad.

Que esas cabecitas sepan aparcar la responsabilidad y formalidad cuando corresponde para bromear y fomentar la diversión me parece necesario, sano e inteligente. Pero cruzar la línea convirtiéndose en prepotentes, descarados, chulos o maleducados les tendría que pasar factura más pronto que tarde.

Señores y señoras vamos a ver si de una vez por todas somos capaces de respetarnos y hacernos respetar.