martes, 31 de marzo de 2015

Impredecibles y vulnerables.




Cuando suceden desgracias tan inesperadas y desconcertantes como lo acontecido en los Alpes todos acabamos, antes o después, sintiéndonos solidarios con las familias a las que les ha tocado afrontar la muerte de aquellos que aman. Y reflexionando sobre lo vulnerables, imperfectos e impredecibles que somos. Somos seres con gran responsabilidad y poder, tanto para cometer actos sublimes y excepcionales como irracionales, violentos y espantosamente destructivos. Somos personitas muy complejas, llenas de resortes, a las que a veces se imponen y traicionan las emociones sobre la razón. Humanos que podemos sufrir trastornos físicos o psíquicos capaces de alterar la percepción de la realidad, convirtiéndonos en víctimas o verdugos. Nadie está exento de perder la cabeza, y cometer una atrocidad. Pero todos deberíamos pedir y recibir ayuda profesional, apoyo, supervisión y seguimiento cuando sea necesario para tratar nuestras posibles dolencias, carencias y trastornos, puntuales o indefinidos. Sin generar tabúes, miedos o exclusión por ello. Solo así podremos ser mejores personas, compañeros, amigos y ciudadanos.

Si la muerte incluso aunque corresponda por edad, por ley de vida, siempre genera dolor y desconsuelo cuánto mayor será este cuando el trance de abandonar este mundo se presenta mucho antes de lo previsto, y por una causa que escapa a nuestro control, a nuestro raciocinio.
Que una enfermedad o un accidente te arrebaten a quien más quieres es muy duro, difícil de encajar y asimilar, te lastima y altera de por vida. Pero que esa pérdida irreparable e injusta la provoque un atentado terrorista, o la decisión de un ser humano con delirios de grandeza, trastorno mental, ganas de venganza hacia su empresa o ex novia, pánico a perder su posición profesional, social, o vaya usted a saber qué, tiene que generar tal conmoción, tal impacto y destrozo emocional imposible de cuantificar y relativizar.

Entiendo que se investigue y analice al sujeto que se ha llevado tantas vidas por delante. Que se estudie y valore todo lo que falló, todo lo susceptible de modificación y cambio para poder prevenir y evitar en el futuro un acto tan deliberado y desquiciante. Comprendo que traten de dar o que las propias familias exijan una explicación, una argumentación a su dolor, pero no me gusta nada, nada en absoluto, como están actuando los medios de comunicación. Primero porque no voy a aceptar jamás, porque no me parece ético ni humano, que por información se entienda plantarle cámaras y micrófonos a familiares o conocidos que han perdido a un ser querido, o se enfrentan a una situación desagradable, violenta y traumática. Segundo porque no me parece acertado, ni recomendable, ni justo que el responsable de semejante tragedia ocupe tanta atención y seguimiento en prensa y televisión. No quiero volver a ver su fotografía, no quiero volver a escuchar la historia de su vida porque al final de algún modo está consiguiendo lo que pretendía, fama y notoriedad, aunque sea por algo horrible y espantoso que jamás debió provocar.

Creo que por mucho que se indague y rebusque sobre posibles responsables en segundo o tercer grado, por elevadas que sean las indemnizaciones, y solemnes o vistosos los homenajes que se realicen, las familias de los fallecidos no van a encontrar consuelo suficiente durante mucho tiempo. Imagino que a corto plazo lo que necesitan, es que se agilicen tanto como sea posible los trabajos y trámites para que puedan enterrar a sus muertos, e iniciar el proceso de duelo.
Pido mucho respeto y humanidad hacia ellos, mucha empatía, y que no les falten medios para recibir la ayuda que precisen, en todos los sentidos, a medio y largo plazo para aprender a seguir viviendo con esto. Y que los medios de comunicación se limiten a informar. Que no especulen, tergiversen, acusen, que no se regodeen en el dolor, en el morbo, en la pena y tragedia ajena.

lunes, 23 de marzo de 2015

Venciendo miedos y gritando al mundo ¡basta ya!




En cuanto vi esta imagen sentí ganas de aplaudir, de vitorear a estas mujeres y de compartir su historia. Porque lo que no trasciende, lo que no se comparte y difunde permanece en el limbo, en tierra de nadie, como si no existiera, como si no aconteciera realmente. Muestran las protagonistas de la imagen un coraje una valentía inusual rompiendo con la tradición, mostrando lo nunca visto. Atreviéndose a portar el ataúd de una mujer. Respaldadas, apoyadas por hombres, a los que también aplaudo, que formaron una cadena entre ellos, cogiéndose de las manos, para protegerlas.

En Kabul, Afganistán, jamás se había producido algo similar. Un acto de protesta tan multitudinario y tan emotivo por la muerte de una mujer. Las apoyo y me siento orgullosa de ellas pero no puedo alegrarme, pues el motivo que generó tal reacción es tremendamente despiadado. Decenas de mujeres vencieron sus miedos, reaccionaron así por el asesinato de Farkhuna una joven de 27 años que fue salvajemente golpeada, lanzada al cauce de un río seco y quemada, ante decenas de personas, incluida la policía afgana que no hizo absolutamente nada para evitar esto. Porque supuestamente la víctima, luego descubrieron que no, había prendido fuego a un ejemplar del Corán.

No puedo dejar de plantearme que aunque esa mujer hubiera llegado a lastimar ese Corán, semejante afrenta, aberración, agravio, falta, o delito, o cómo ellos quieran calificarlo ¿No hubiera sido más que suficiente sancionarla económicamente, o imponerle una pena de trabajo social en beneficio a la comunidad, o un arresto domiciliario, o incluso obligarla a pedir disculpas públicamente a través de los medios de comunicación, o todo incluido?
No defienden todas las religiones que sus profetas y/o dioses, son seres extraordinarios, perfectos, misericordiosos, divinos. Pues entonces, cómo pueden llegar a producirse este tipo de actos. Quienes y por qué pueden generar tanto odio hacia otro ser humano.

Ahora señala el gobierno afgano que se han detenido a varias personas implicadas en este linchamiento, y reconocen que la policía actuó “demasiado tarde”. Demasiado es lo que están aguantando millones de mujeres. Multitudes que medirán cada palabra, cada gesto, cada paso, su propia sombra y suspiros para evitar verse en una situación similar. Portando este féretro estas mujeres han roto su silencio, han desafiado al miedo, han puesto caras a tanta injusticia y anulación de derechos. Pero ellas solas poco pueden cambiar. Ahora más que nunca precisan de esos hombres que formaron una cadena para protegerlas. Ellos tienen que dar la cara por ellas, por sus mujeres. Si realmente las quieren, aunque sea un poquitín, si no quieren verse en la tesitura de tener que enterrar a una esposa, hija, madre, sobrina o nieta tendrán que plantarse de una vez por todas y acabar con semejante radicalismo, fanatismo y salvajismo. Y tienen que empezar educando a sus descendientes, sobre todo a los varones, de otro modo. Rompiendo con esos cánones, estereotipos, con ese legado perverso y envenenado.

Nos centramos todos últimamente mucho en lo que supone, promueve y podría generar el yihadismo y no deberíamos olvidar que en otras partes del mundo, por ejemplo en Latinoamérica, también se producen salvajadas semejantes hacia las mujeres.
Por mucho que avance la ciencia y la tecnología si existen comunidades capaces de aplicar castigos y venganzas propias de la Edad Media ¿Qué adelanto es este?
Aunque todos los días siga descubriendo decenas de miserias, desgracias y atrocidades no pienso acostumbrarme a sentirme indiferente. No pienso callar, silenciar o mirar hacia otro lado, o pensar que el mundo es así y que no tiene solución.
Si ni siquiera fuéramos capaces de escribir, conversar, opinar, criticar y denunciar este tipo de cosas, mostrando a nuestros hijos, las mujeres y hombres del mañana, los grandes errores de esta sociedad ¿Qué tipo de personas, de seres humanos seríamos?