jueves, 11 de diciembre de 2014

Por una Navidad leve y relajada.




Hay que ver lo que da de sí media hora cuando estás con gente inteligente, positiva y dialogante. Durante el desayuno, invitaba a algunas compañeras de trabajo a que me definieran la Navidad. Me encantó “estrés, enfados y morros”. Imposible generalizar y definir estas fiestas. Hay tantas circunstancias y situaciones familiares como estrellas en el firmamento. El cómo las vivimos de pequeños y los recuerdos que mantenemos sin duda algo influye. La mente es muy práctica y sensata recordando, la mayoría de las veces, las sensaciones y experiencias más dulces y gratas. No quisiera caer en los estereotipos habituales, que aburridita me tienen. Pero es indudable que muchas veces sin pretenderlo ni advertirlo, nos incitan desde muchos frentes, acabamos dando más importancia a lo que consumimos o regalamos que al tiempo que pasamos junto a las personas que más apreciamos.

Para mí la Navidad es mayormente un tiempo de reencuentro. Momento de acoger en casa a los hijos o familiares que durante muchos meses andan desperdigados por estos mundos de dios. Y también a los más próximos. Porque el vivir a dos calles, aunque parezca increíble, no es garantía de verse mas. Probablemente la Navidad es una buena excusa u oportunidad, para volver a charlar con nuestra gente frente a una mesa mirándose a los ojos. También un arma de doble filo. Inmensamente felices y dichosos se sienten los que pueden disfrutar de ese reencuentro, y tristes y desgraciados a los que les resulta imposible coincidir en esas fechas. Tampoco vamos a negar que uno pueda sentirse ansioso por abrazar y escuchar, por ejemplo, a un hermano pero no tanto a la persona con la que este comparte su día a día. Y entonces surge la voz de la experiencia, de los sabios de la tribu, que exclaman aquello de “venga no discutáis, que una noche es una noche” Cierto es. Pero la noche puede resultar muy larga.

Uno de los puntos que debatimos y no consensuamos en la conversación de esta mañana, es sí debemos otorgarle gran importancia y valor a las dos noches o días más significativos de la Navidad, como si el mundo fuera poco más o menos a dejar de existir, o vivirlas simplemente como cualquier otra noche en la que quedas con la familia o los amigos. Yo creo que probablemente cuanto mayores sean tus expectativas de que todo resulte perfecto, maravilloso, único, idílico, al final por aquello de la fastidiosa Ley de Murphy no resulte la experiencia como deseabas e imaginaste. O simplemente no te sentirás tan desdichado si no puedes pasar ese tiempo con quién deseas, porque surgirán otras ocasiones y oportunidades. Vamos que no se acaba el mundo.

Unos adoran la Navidad y otros si pudieran la eliminarían del calendario. Ni lo uno ni lo otro. Eso sí que nadie me imponga que durante esos días tenga que sentirme inmensamente feliz por real decreto. Y mucho menos caer en la hipocresía y falsedad de reírle las gracietas a quienes no soportamos. Debemos ser auténticos y mostrarnos tal y como somos. Ni más ni menos.
Cada cual que la sufra o la disfrute lo mejor que pueda. Aunque en realidad es a lo largo de todo el año cuando hay que buscar y reservar tiempo de conversación, risas y abrazos con los que queremos. Vivan más o menos cerca de nosotros, porque sabemos el día que nacimos pero no cuándo partiremos del mundo que conocemos.